Te escribo a ti extraño, que estuviste en mi vida. Te escribo a ti, y eres un extraño porque desde que te fuiste no te conozco más.
No digo que en algún momento no te conocí, lo hice, no por completo porque podría jurar que ni tú mismo lo hacías, pero te conocí. Así a medias, así a arrebatos, así a ilusiones.
Te conocí no como tú eras, sino como yo te soñaba, como yo te sentía, como yo te anhelaba. Te conocí, no quisiera haberlo hecho.
Te escribo no para conocerte, no, ya no. Te escribo porque al conocerte, me conocí. Lo que tú eras, era lo que soñaba, lo que sentía y lo que anhelaba. Es verdad, no te conocí, ni un milímetro de lo que en realidad eras. Me conocí a mí, tú eras lo que conocía de mí.
Hoy no te conozco, ni tus metas, ni tus pensamientos ni el más mínimo sentimiento; no lo quiero hacer. Porque cuando me di cuenta de esto, fue cuando entendí que a la que conocía era a mí. A la que anhelaba era a mí. Y así a arrebatos como te conocí, hoy deseo conocerme a mí.
Y cuando lo logre, será entonces cuando en verdad pueda conocerte. No prometo hacerlo, ni siquiera sé si volverás aquí o si quiera hacerlo. Pero sé que cuando pueda hacerlo, conoceré que sueñas, que sientes y que anhelas y yo no seré tú.
Te escribo a ti extraño, que estuviste en mi vida, te escribo a ti, y eres un extraño porque desde que te fuiste no te conozco más; pero conocerte puede que al fin y al cabo sea la única forma de conocerme.

No hay comentarios:
Publicar un comentario